martes, 26 de febrero de 2013

Mi niño no para

Profesora, mi niño no para. Yo creo que es imperativo.

Gracias a la amiga Laia por esta joya.

domingo, 17 de febrero de 2013

Más palabros de otro mundo

Siguiendo con lo que decíamos en la entrada anterior, la amiga @librosfera me descubrió el fantástico blog Otherwordly, que os recomiendo con fervor. Gracias a él ahora puedo decir exactamente lo que siempre sospeché: que soy finifugal, con una big appetence de videnda, que sufro de palinoia sometimes, pero sólo hasta que la dejo niquelada, y desde luego soy una nefelibata sin remedio. Y que, por desgracia, con el tiempo todos nos induratizamos algo, y eso es lo peor que nos pasa. Now I'm forever indebted to @librosfera.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Lo indecible, lo inefable, lo ¿inescribible? y lo unspeakable

La semana pasada mantuvimos una «conversación» tuitera con la amiga Punsetica et al. sobre cómo se llamaría en español lo «inescribible». Para lo que no podemos decir tenemos lo «inefable», lo «indecible» y hasta lo «inenarrable». Pero aún no he hallado un término exacto y preciso y sin atisbo de duda para lo que no se puede escribir. (Cierto, lo inefable, y por ende lo inenarrable, y hasta quizá lo indecible, según se mire, podría casi colar, pero queremos algo más específico). La solemne charla se zanjó afirmando que en español no existía lo unwritable, que en inglés sí existe, porque en español se puede escribir todo, toma castaña. O, lo que es lo mismo, con dos tacones, que diría la amiga Inés. 

Siguiendo con el tema —que es siempre el mismo: las palabras—, hoy, en algún momento del día, he leído en un artículo en alguna parte que el español medio solo usa 400 palabras. Really? Me he preguntado. ¿Con los tacos y todo? A mí me ha parecido muy poco, aunque me temo que con los tacos sería lastimosamente menos, pero probablemente es cierto, porque al final todo es «guay» (sí, todavía es guay aunque guay sea de la época en que molar molaba) o se sobrentiende (y lo último alude tanto a la situación política actual de España como al hecho de usar «cacharro» para todo porque tú ya me entiendes).

En estrecha relación con esto, aunque ahora mismo no os lo parezca en lo más remoto, resulta que en inglés hay unas 3.000 palabras para describir emociones humanas. Nos ceñimos a los humanos porque de momento no sabemos cómo hablan los perros. Nick Corey seguro que tendría algo que decir al respecto, pero mejor se lo preguntáis a él. En fin, lo importante es que los anglohablantes no emplean ni mucho menos todas esas palabras. O sea que tampoco hay que apurarse. Pero es que además hay palabras que no existen ni siquiera en inglés, con lo que da de sí. En concreto se trata de términos para 21 emociones a las que la lengua de Salinger aún no ha dado nombre.
  
Al hilo de lo de arriba, supe gracias a la amiga Marta que Pei-Ying Lin se puso a cartografiar las emociones sin nombre (unspeakable words; al menos los anglohablantes tienen un nombre para hablar de las palabras que no tienen nombre, lo cual es de agradecer y de repelente a un tiempo) y ha creado unos espléndidos mapas que facilitan el viaje lingüístico sobremanera, aunque ahora tengo nombres que no puedo pronunciar para emociones que no sabía que existían.

Bromas aparte, el proyecto Unspeakableness es fascinante. Y no solo habla de términos que no existen en inglés o no usamos en español, sino de fantabulosas palabras que existen solo en ciertos idiomas, expresiones únicas para emociones que probablemente sentimos todos. También hay un archivo de emociones, una lengua personalizada y un apartado dedicado a la comunicación que trasciende el lenguaje verbal. Paradójicamente (o no), yo al verlo me he quedado sin palabras.