m.: palabro que se aplica a quienes siguen la necia doctrina de creer que ellos y sus compatriotas están hechos de otra pasta que el resto del mundo, de una pasta no distinta sino mejor, y que hay "algo" que los une a ellos, "algo" que al parecer nace con ellos y todos comparten, y que los separa del resto del planeta, ya lo llamen lengua, cultura o religión. Luego se rascan donde les pica y lloran cuando cortan cebolla, como todo hijo de vecino, pero eso no cuenta. No se enteran de que lo que defienden, a saber, el terruño, la lengua, la cultura o la religión, por ejemplo, no existen como elementos únicos, puros, impermeables e inamovibles. No hay claras fronteras entre nada. De hecho, donde más mezcla hay, es precisamente en las fronteras. En las fronteras se confunden las lenguas como se confunde el paisaje, la cultura y las religiones. Todas las lenguas son producto de influencias, préstamos, evoluciones de otras lenguas; las culturas son mezcla de culturas; las religiones comparten mitos... En fin, todo esto es una perogrullada. Lo cuenta mejor Bertolt Brecht en El amor a la patria y el odio a las patrias, una de sus Historias del señor Keuner:
–Malvivir puedo hacerlo en todas partes– solía decir.
Un día paseaba por una ciudad que había sido ocupada por el enemigo del país en el que residía. Bruscamente se cruzó con un oficial de dicho enemigo, que le obligó a descender de la acera. El señor K. descendió indignándose contra aquel individuo, y no sólo contra él, sino sobre todo contra el país al que pertenecía, hasta el extremo de desear verlo arrasado por un terremoto.
–¿Cómo me habré convertido en un nacionalista en este instante? -se preguntó el señor K.–Será por haberme cruzado con un nacionalista.
Y es por eso que debe extirparse la necedad, pues convierte en necio a quien quienquiera que se cruce en su camino"
